Nota de Agustino Fontevecchia para Diario Perfil.
Desde nuestro punto de vista actual puede parecer lógico debatir si un servicio disruptivo como los que ofrecen Rappi o Uber son positivos para el desarrollo de nuestras ciudades. Existen problemas tangibles como los efectos colaterales que impactan en las industrias que sufren su disrupción tecnológica, como la de sus modelos de negocios en actores instalados y en los usuarios finales que son parecen ser beneficiados. El cambio rotundo y agresivo al que estamos acostumbrados no es la circunstancia a la que estamos habituados como humanos sino la consecuencia de una aceleración agresiva en una serie de variables que se expresan mas gráficamente en la evolución de las ciudades. Hasta antes de la Revolución Industrial, solamente un 3% de la población global vivía en ciudades mientras que hoy somos más de la mitad. Para el 2050 se espera que sea casi el 70% de la población mundial.
Hoy, las ciudades cubren nada más que el 3% de la superficie del planeta mientras que generan el 80% del PBI global. La globalización, los flujos inmigratorios y la digitalización están cambiando radicalmente la forma en la que vivimos, y sus efectos son cada vez más difíciles de proyectar.
Las ciudades son el punto neurálgico para entender a las sociedades del siglo XXI. El crecimiento poblacional agresivo de la humanidad desde la Revolución industrial, sumado a la concentración de capital en los centros urbanos, parieron una nueva modernidad que es esencialmente urbana. La irrupción de internet y las tecnologías basadas en teléfonos inteligentes han acelerado los procesos de transformación de las grandes metrópolis. Hoy conviven cada vez más ciudadanos de alto poder adquisitivo y con trabajos altamente especializados con otros de clase baja que se acercan a las ciudades para ofrecerles servicios básicos como limpieza y cocina. A la vez, hemos visto el surgimiento de una clase de marginales que es netamente urbana, los que han quedado fuera del ecosistema capitalista hegemónico. Estas mismas ciudades fueron pensadas hace medio siglo, donde el ideal eran las avenidas amplias para que los residentes suburbanos pudieran llegar al centro laboral. Hoy, esas mismas ideas generan polución y tráfico, externalidades negativas con altísimos costos económicos.
Rappi es un gran ejemplo para intentar entender hacia dónde vamos. Su irrupción en Buenos Aires ha inundado la urbe de ciclistas con mochilas naranjas repartiendo de todo, desde comida a, prontamente, medicamentos. Generan para el usuario de una ciudad cada vez más poblada la facilidad de recibir las cosas que queremos en minutos, como también da oportunidades de generación de ingresos a decenas de personas buscando nuevas oportunidades, ni hablar de los inmigrantes que buscan oportunidades laborales en un mercado cada vez más poblado y competitivo. A la vez, nos obliga a cuestionar las condiciones laborales y la relación de estos nuevos trabajadores en un ecosistema dinámico y de evolución constante.
¿Conviene albergar estos nuevos modelos de negocio o debemos proteger las formas y las relaciones preexistentes? ¿Cuál será el impacto en el futuro de nuestras ciudades? De lo que no hay dudas es que la digitalización ha generado las condiciones para que un conjunto de nuevas ideas y emprendedores generen cambios impensados en la realidad que vivimos todos los días. Negar su impacto es tapar el sol con la mano. Es por eso que decidimos crear un ciclo de debates para analizar justamente todo lo bueno, lo malo y la complejidad que generan estas nuevas plataformas en nuestras vidas.