A finales de agosto de 2005, el huracán Katrina golpeaba las costas del sureste de Estados Unidos, causando un millar largo de víctimas mortales, centenares de personas desaparecidas y decenas de miles de millones de dólares en pérdidas, incluyendo una destrucción generalizada de Nueva Orleans, una ciudad que entonces rozaba el millón de habitantes, causada por la inundación de más del 80% de su superficie.
El impacto de este acontecimiento, además de ser interpretado como un signo inequívoco del cambio climático por el que transitamos, supuso la entrada en la agenda política de un concepto que, de la mano de la multiplicación de estragos atribuibles a la misma causa en ciudades de todo el mundo, ha ido tomando más y más relevancia: la resiliencia urbana.
Entendemos la resiliencia urbana como la capacidad de una ciudad de recuperarse de manera más o menos rápida de un impacto externo siendo capaz de mantener sus funcionalidades. Nueva Orleans, por ejemplo, venía perdiendo población de manera lenta, pero continuada, desde el año 1980 hasta que fue golpeada por el Katrina y, tras una caída repentina de un tercio en el número de habitantes, los fue recuperando hasta que en 2021 volvía a la cifra de 2005. No sólo eso, sino que ha seguido creciendo hasta superar hoy en día el millón de habitantes.
Desde esta perspectiva, pues, podemos decir que la ciudad ha mostrado una considerable resiliencia post-crisis, ya que a pesar de tardar 15 años en recuperar los niveles de población, ha incluso revertido la tendencia a la baja previa a la catástrofe. Hoy en día, además, las obras de reconstrucción que se acometieron basadas en soluciones más compatibles con la naturaleza, como parques urbanos inundables o la renaturalización del drenaje urbano, reducen enormemente los riesgos de un nuevo episodio de desbordamiento del Mississipi a la vez que mejoran, sin duda, la capacidad de la ciudad a la hora de hacer frente a una recuperación posterior.
Actualmente el concepto de resiliencia se aplica tanto a las consecuencias de catástrofes naturales como de shocks de cualquier tipo, sea una crisis económica o un conflicto bélico. Además, implica ya no sólo la recuperación física de las infraestructuras y el tejido urbano, o la recuperación económica, sino también la recuperación en términos del tejido social y de la salud mental de las personas afectadas.
Transformar ciudades vulnerables en ciudades cada vez más resilientes es, pues, un objetivo fundamental de cara a la adaptación a las consecuencias de la emergencia climática. Esta debería ser ahora mismo, en un mundo cada vez más urbano, una de las principales preocupaciones no sólo de responsables políticos, sino de la sociedad en su conjunto.
Y, no hace falta decirlo, tenemos demasiado recientes las consecuencias de la DANA en el centro de Europa y en la península Ibérica, con la catástrofe de Valencia al frente, como para no tomárnoslo seriamente. La lección del Katrina y de otras catástrofes similares es que la resiliencia es fruto de la buena planificación y de la capacidad de organización y respuesta colectiva, con el Estado al frente.
Sabemos perfectamente lo que hay que hacer, o al menos buena parte de lo que hay que hacer para conseguir una mayor adaptación a los efectos del cambio climático. En primer lugar, revisar todo aquello que ya se encuentre en el planeamiento que suponga urbanizar zonas inundables. En la región metropolitana de Barcelona en estos días se han señalado una decena de nuevos proyectos en esta situación, sin contar los cascos urbanos, los equipamientos (incluyendo escuelas y residencias) y un buen puñado de infraestructuras clave (como el aeropuerto, Mercabarna o la línea de cercanías de la costa del Maresme) que se encuentran amenazadas. Parece que no bastan las declaraciones ambientales estratégicas y los informes de inundabilidad que, al igual que el planeamiento en general, habrá que revisar y actualizar para incorporar la dimensión de las nuevas amenazas.
En segundo lugar, reducir la urbanización de los espacios fluviales y de sus entornos; rediseñar, deconstruir, despavimentar, enverdecer, desarrollar más soluciones basadas en la naturaleza, poner el acento inversor en infraestructuras verdes y azules. En China se habla de “ciudades esponja” para referirse a aquellas, principalmente las situadas en los deltas de los grandes ríos, en las que se ha invertido masivamente en este tipo de actuaciones contra las inundaciones.
Estas inversiones son costosas, poco “visibles” para la ciudadanía y no se pueden desplegar en todas partes ni con la misma intensidad ni a corto plazo. Pero hay que ser conscientes de que contar con una red de depósitos pluviales como la de Barcelona o con grandes colectores como los de El Prat de Llobregat es fruto muchas veces de decisiones que pasan desapercibidas, pero pueden salvar vidas.
Y evidentemente no basta con actuar en las ciudades. Éstas deben ser las primeras interesadas en el buen mantenimiento de las cabeceras de los ríos, con políticas que van desde la reforestación hasta garantizar actividad que fije población que se haga cargo del cuidado del territorio.
En tercer lugar, aunque tenemos muchos planes, muchos proyectos (algunos, sin embargo, paralizados una vez relegados en el orden de prioridades), muchas normas y muchas regulaciones en la línea adecuada, es necesario como siempre hacerlos cumplir y que no nos encontremos que tenga que ser en circunstancias como las actuales que nos demos cuenta de que, de 531 municipios obligados a tener un plan de protección civil en Catalunya, 237 lo tienen caducado y 60 no lo han hecho nunca.
Asimismo, considerando que estos planes tienen que ver con aspectos que pueden afectar a la seguridad de las personas, hay que hacerlos comprensiones para la ciudadanía. No basta con emitir alarmas cuándo y cómo toca. Hay que hacer mucha pedagogía al respecto, y más ahora que todo tipo de teorías de la conspiración triunfan en las redes, y explicar muy bien qué se puede y conviene hacer y qué no hacer. Concienciar, formar e informar, de manera permanente, incluso cuando la amenaza parezca lejana.
Como anécdota que ilustra hasta qué punto necesitamos información fiable, recuerdo una tertulia radiofónica posterior a los hechos del Katrina en la que el economista Xavier Sala-i-Martín argumentaba que un episodio similar en nuestro país hubiera supuesto muchas más muertes, ya que las personas pobres no pueden acceder tan fácilmente a comprar un coche como en Estados Unidos por el hecho de que aquí están más cargados de impuestos, de manera que no hubieran tenido manera de huir. Como es sabido, en el caso de Valencia los vehículos han sido por activa (estar en circulación) o por pasiva (quererlos rescatar de aparcamientos subterráneos) una de las principales trampas mortales para muchas víctimas de la DANA.
Transformar ciudades vulnerables en ciudades cada vez más resilientes es un objetivo fundamental de cara a la adaptación a las consecuencias de la emergencia climática
Y es precisamente también sobre el modelo de movilidad, en este caso de Valencia y su entorno, que se han dirigido muchas miradas a raíz de la tragedia. Un modelo de movilidad basado en el vehículo privado y que sufre la falta de coordinación metropolitana del transporte público. Como afirmaba el presidente de la Fundación Movilidad Sostenible y Segura, Pau Noy, “Valencia no se ha dotado de ninguna gobernanza metropolitana y sin ésta no hay política de transporte, ni de gestión del territorio, ni de prevención ante los efectos del cambio climático”.
Sobre este punto de la gestión metropolitana también se pronunciaba la Asociación Interprofesional de Ordenación del Territorio con un comunicado que, entre otras cuestiones, planteaba: “La práctica habitual del urbanismo como instrumento para moldear el territorio a las necesidades de sociedades cada vez más complejas encuentra límites en una lógica político-administrativa excesivamente sectorial y no integrada, también excesivamente constreña por unos límites municipales que en absoluto se ajustan a la escala. a la que este tipo de riesgos actúa ni a las acciones a adoptar por parte de los actores del territorio (administraciones, empresas, sociedad civil y ciudadanía).”
En este sentido, todo el mundo ha destacado el importantísimo papel jugado por los alcaldes en esta catástrofe, especialmente ante el descalabro de otros niveles de la administración, pero parece más necesaria que nunca una mayor organización metropolitana en este territorio de 45 municipios, 1,6 millones de habitantes y 640 km2 que ocupan Valencia y los municipios de su entorno. La misma reflexión es válida para todas las grandes ciudades españolas entre las que, como sabemos, la institución metropolitana de Barcelona es la excepción. Una adecuada articulación de la gobernanza es también fundamental para mejorar los niveles de resiliencia urbana.
En definitiva, 2024 se cerrará siendo el año más cálido de la Historia según los registros, al tiempo que batirá el récord de emisiones globales de CO2 y la temperatura del Mediterráneo sigue en aumento año tras año. La amenaza es real, por lo que parece bastante imprevisible en todas sus dimensiones y, por tanto, hay que hacer los deberes lo antes posible.
Lo que nos define como sociedad es precisamente cómo reaccionamos ante situaciones como la DANA
La casualidad ha querido que Valencia sea este año Capital Verde Europea, y como tal debería mostrar determinación a todo el continente en el camino hacia una mayor resiliencia, revisando todos los puntos desgranados más arriba, invirtiendo en la reparación tanto urbana como social. Por ejemplo, atendiendo a los estudios que demuestran que los efectos psicológicos más duraderos en este tipo de tragedias tienen que ver con la pérdida de la vivienda, es crucial centrar esfuerzos en la recuperación de los hogares, sabiendo que no tiene sentido reconstruir allí donde ha pasado la catástrofe.
Lo que nos define como sociedad es precisamente cómo reaccionamos ante situaciones como la DANA. Las ciudades serán resilientes en la medida en la que lo seamos como sociedad, denunciando y combatiendo la polarización ideológica y los comportamientos insolidarios y, sobre todo, primando las soluciones colectivas, rompiendo las barreras entre disciplinas y combinando ciencia y saberes populares.
Fuente: The New Barcelona Post
Autor: Oriol Estela