Uwe Brandes, profesor de Planificación en la Universidad de Georgetown y autor de varios libros, augura urbes diversas, complejas y desbordadas.
“En algún lugar del siglo XX”. Con esa aclaración comenzaba Brazil, la premonición agobiante y autoritaria con la que, en 1985, Terry Gilliam pretendía recrear el futuro de las ciudades. El siglo XX terminó y la profecía de urbes asfixiantes no se cumplió. Dejando a la ciencia ficción de lado, algunos de los miedos y conspiraciones que imaginaba Gilliam todavía tienen una vigencia preocupante.
En La Boca, a cuatro décadas y 11 mil kilómetros de distancia, Uwe Brandes, profesor de Planificación de la Universidad de Georgetown, se hace una pregunta similar: “¿cómo serán las ciudades en 2050”. Convocado por el Gobierno porteño para participar de “La Ciudad que Queremos”, su II Congreso Internacional de Urbanismo y Movilidad, reflexionó con ARQ sobre los nuevos riesgos, escenarios y relaciones sociales a los que deberán hacerle frente los urbanistas, para no convertirse en el Brazil de Gilliam.
“Vivimos en una sociedad compleja, desigual y cambiante”, define de entrada. La ciudad modelo 2050 deberá incorporar esa diversidad. “Cuando hablamos de las urbes del futuro tenemos que hablar de ciudades de género, con familias y visiones del mundo mucho más distintas a las que tenía nuestros padres. Necesariamente deberán contemplar nuevos modelos de trabajo, riesgos distintos y procesos migratorios complicados”, explica.
En ese contexto la responsabilidad de los planificadores es vital. Brandes prefiere hablar de city builders antes que de urbanistas. “Es un término más ligado a la acción. Las ciudades son elementos vivos y la gente tiende a identificar a los urbanistas como personas que trabajan detrás de un escritorio y sólo en cuestiones de arquitectura. Hoy la profesión está más atravesada por temas sociales que por lo meramente proyectual”, categoriza.
Esta visión nueva y expandida de la profesión implica muchas más cuestiones que las tradicionales. “Tenemos que pensar en términos energéticos, medioambientales, económicos. laborales y culturales. En cómo organizar, más que en cómo construir. Los gobernantes piensan en políticas e inversiones y nosotros pensamos en términos de barrios y de convivencia”.
Estamos en la puerta de un mundo totalmente diferente. Ese mundo deberá ser vivido en ciudades, que salvo pocas excepciones en el mundo, llevan siglos de construidas. Cómo generar identidad es uno de los desafíos del urbanismo actual. “Mucha gente le teme a la globalización, porque piensa en que se va a perder el espíritu de las ciudades. Sin embargo, la autenticidad va cambiando”, dice Brandes. Y cita como ejemplo, el edificio donde dio su conferencia en Buenos Aires: la Usina del Arte.
“Es un edificio que pertenece a la historia industrial de la ciudad, pero totalmente adaptado a los nuevos usos de la sociedad. Seguramente no fue fácil, ni barata la intervención y, quizás hasta haya sido resistida por algunos sectores. Pero sería imposible decir que no funciona o que la ciudad no la ‘naturalizó’” Las ciudades siempre han sido diversas. “Desde Venecia, básicamente, una ciudad es un lugar donde la gente se reúne para comerciar. Pero hoy asistimos a un escenario más complejo con procesos más bruscos. Las migraciones, por ejemplo. Todos los días vemos en la tele gente que huye de África, Asia, Venezuela. Son temas que no sólo conciernen a los gobiernos, nos involucran a todos”.
El urbanismo tiene que integrar. “Lo primero que hay que hacer es saber escuchar, entender e interactuar con la gente de la ciudad y con los nuevos. Tenemos que pensar en las ciudades de una nueva manera. Asegurarnos de que todos se sientan bienvenidos, de que todos las pasen bien. Encontrar formas para que la gente viva en paz y pensar en la seguridad también como un tema de urbanismo. Este es un desafío importantísimo en los Estados Unidos. En nuestras ciudades convive gente de diferentes razas y orígenes, muchas veces aisladas y enfrentadas. Tenemos que asegurarnos de que vivan en paz”.
Brandes asegura que el gran desafío del city builder es escuchar y entender las historias y las culturas de esa gente nueva que viene a integrarse a la ciudad. “Todos quieren que sus hijos tengan una vida mejor, ese es un deseo universal. Las personas que migran van a ciudades en las que piensan que van a progresar. Entonces, debemos partir de generar condiciones más igualitarias de acceso al trabajo, a la educación, a la movilidad, a los servicios de la ciudad”.
El urbanista destaca la tradición nacional de acogida a los inmigrantes. “Argentina es un país tanto más generoso en estos temas que muchas naciones del mundo. Y así me imagino a Buenos Aires en 2050. Creo que va a ser una ciudad de destino, que va a brindar lugar a refugiados políticos, a gente desplazada. No hay muchas ciudades tan placenteras como Buenos Aires”.
¿Cómo pensar en planificar en un contexto de crisis económica constante como el argentino? Brandes se niega a definir a Buenos Aires como una ciudad del Tercer Mundo. “Creo que es una ciudad global. Es diferente a otras ciudades globales, porque afortunadamente no crece tan rápido. Y eso es bueno.
Tiene lo que otras ciudades no poseen: historia. A mí me gusta hablar mucho de las ciudades chinas, de cómo entienden a la planificación urbana. Pero son urbes que nacen y crecen muy rápidamente y es difícil darles una identidad. Crecen tan rápido que pierden su cultura. Los niños no saben como era la ciudad de sus padres ni de sus abuelos”.
“Estamos acostumbrados a las ciudades amuralladas, a las fronteras vigiladas. Sin embargo, hoy las ciudades están sometidas a nuevos riesgos, para los que ningún muro será freno suficiente”. Brandes advierte que para saber interpretar los nuevos miedos urbanos hay que mirar más allá de lo obvio. “Cuando hablamos de riesgos, la gente tiende a pensar en seguida en el medio ambiente. Por supuesto que las energías no renovables y la escasez de agua son temas vitales, pero hay mucho más para temer”.
El urbanista avisa que los riesgos económicos son un tema por el que hay que preocuparse, sobre todo en términos urbanos. “La gente hace dinero y vive en la ciudad. Yo me pregunto cómo va a hacer dinero la gente en 14 años. Estamos asistiendo a una revolución digital, que cambia nuestra relación con el mundo a cada instante. Los vehículos autónomos son un buen ejemplo. ¿Qué va a pasar cuando los colectivos y los camiones se manejen solos? Millones de personas perderán sus trabajos y así sucederá con decenas de oficios. Obviamente, se notará mucho más en las ciudades que en el campo. La economía rural es mucho más estable”, sostiene.
No es difícil imaginarse ciudades futuras con ejércitos de desocupados y refugiados viviendo en guetos marginales. Brandes advierte que la única manera de cambiar el pronóstico es anticiparse. “Soy optimista, pienso que va haber otros trabajos, pero va a haber que adaptarse a ellos. Hay cambios que se vienen y que hay que prevenir sus consecuencias. Educar a las futuras generaciones en los nuevos saberes, pensar en cómo reconvertir a los adultos que sean desplazados”, afirma.
Los procesos son demasiado rápidos como para distraerse. “La ciudad de 2050 ya está entre nosotros. La estamos creando y tenemos que hacerlo lo mejor posible. Una ciudad exitosa deberá incluir a todos sus vecinos, evitar el conflicto y ser lo suficientemente inteligente como para anticiparse a los cambios culturales. Al fin y al cabo, la gente va a la ciudad a cumplir sus sueños. Debemos garantizar que siga teniendo las oportunidades para conseguirlo”.
Fuente: Clarín